Hace un
tiempo iba paseando por la playa y me encontré un preciosa concha de mar. Fue
una extraña sensación verla allí tirada en la arena. Mi primer impulso fue
cogerla y tocarla. No creía que fuera de verdad. La curiosidad me invadió.
Sabía que en las orillas había muchísimas y muchas muy bellas, pero aquella era
especial, se había puesto en mi camino para que la viera. Parecía algo vieja,
pero conservaba toda su belleza exterior. Era grande y hermosa, mucho más que
las otras, con lo cual intuí que su interior debería ser espectacular. Su
textura era suave y sus colores únicos. La acariciaba con gusto y parecía que a
la concha le gustara... puesto que se entreabría. Desprendía un olor a mar que
me gustaba, me la acerqué más a la cara, para olerla y frotar su tacto con mi
cara...
Me pase
minutos frente a ella, que parecían horas o días. Disfrutaba de su presencia.
Era como si estuviera haciendo amistad con un extraño ser. Esta concha
recobraba vida por momentos y se movía entre mis manos, cosa que me hacía
cosquillas. Ella ya no era un objeto inanimado, sino que tenía mucha vida y
parecía caramelosa. Quería adoptarla y llevármela a casa, para cuidarla y
ponerla en uno de los mejores lugares de casa. De pronto un rayo de sol la
atravesó por uno de sus huequitos y vi algo brillar dentro de ella.
Efectivamente, esta concha tenía una perla preciosa. No alcancé a ver el tamaño
que tenía, pero debía ser enorme. Una clara sonrisa se dibujo en mi cara y la
concha seguía deslizándose entre mis manos. Parecíamos un equipo. Me extrañaba
como una cosita tan diminuta se movía con tanta soltura entre mis manos,
parecía que confiara en mí. Ella no sabía que las conchas como ella son objetos
muy preciados para arrancarles su perlita...
Entonces
deslicé mi dedito por su hendidura tímidamente y ella seguía juguetona. Fue
cuando en un movimiento rápido junto con la otra mano, intenté abrirla. La
concha se cerró en banda, con toda su fuerza y eso me fastidió. Yo quería ver
su perla. En eso momento me di cuenta de un pequeño detalle... vi arañazos e incluso
raspaduras. Había sido forzada anteriormente y me produjo una gran pena. Es
como si yo me hubiera portado como un animal curioso, que la engaña, le saca lo
de dentro y luego tira la concha ya muerta al mar. Me sentí mal, la había
maltratado y unas lágrimas resbalaron por la cara, pues ella había sido
cariñosa conmigo desde el principio. ¿Qué derecho tenía yo a invadir su
intimidad y prometerle un lugar en mi casa, cuando lo único que quería era su
perla?
El daño ya
estaba hecho, pero como otro rayo de luz, me di cuenta que tenía que reaccionar
y actuar, no quería abandonar aquella preciosa concha como las otras que había
visto. Esta me había inspirado un sentimiento que antes nunca había tenido,
podía optar por dejarla donde estaba o llevármela a casa. Si me la llevaba a
casa, la sacaría de su entorno y moriría... si me iba sin ella, la perdería
para siempre. Entonces se me ocurrió una gran idea, me compraría una casa al
lado de la playa y así podría ir a visitarla todos los días. La acaricie
nuevamente y una de mis lágrimas cayó sobre su concha... Milagrosamente volvió
a entreabrirse y a moverse, soltó un extraño jugo carameloso y brillo nuevamente.
Me sentí perdonado y me marché con la promesa de volverla a ver todos los días.
Con el paso
de los años, me compré esa casita y la vi todos los días. Ella ya me reconocía
antes de tocarla y se entreabría. Hasta que un día se abrió del todo y vi su
hermosa perla. La toqué y ella no me cerró su concha, no parecía que tuviera
miedo a que le arrancara su mayor tesoro... Y así fue, la perla continúo en su
sitio. Formamos un perfecto equipo, ella y yo. Nunca más tuvo que cerrarse en
banda y sufrir desgarros. Aunque parezca extraño, llegué a entender que quería
ella de mí y que quería yo de ella. Esta simple concha llegó hasta lo hondo de
mi corazón y ella me correspondió con su confianza, me dió lo más valioso que
tenía su perla y no murió en el intento como sus otras compañeras, porque sabía
que sólo había un intento en su vida.
(Este
cuento fue inspirado en una persona. Él me llamaba Caramelo y habíamos
discutido a raíz de que la relación se estaba volviendo muy débil, ya que se
iba a un hospital muy reconocido por la operación de su padre de urgencia del
corazón. Todo giraba entorno a que él decía que quería intentarlo, aunque luego
fallara... y yo le dije que no se podía ir con esa mentalidad perdedora. Las
imágenes son símbolos de la belleza de una perla en su concha y la protagonista
de este cuento en la playa)
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