martes, 9 de abril de 2013

La Concha Caramelosa (05/04/2006)



             Hace un tiempo iba paseando por la playa y me encontré un preciosa concha de mar. Fue una extraña sensación verla allí tirada en la arena. Mi primer impulso fue cogerla y tocarla. No creía que fuera de verdad. La curiosidad me invadió. Sabía que en las orillas había muchísimas y muchas muy bellas, pero aquella era especial, se había puesto en mi camino para que la viera. Parecía algo vieja, pero conservaba toda su belleza exterior. Era grande y hermosa, mucho más que las otras, con lo cual intuí que su interior debería ser espectacular. Su textura era suave y sus colores únicos. La acariciaba con gusto y parecía que a la concha le gustara... puesto que se entreabría. Desprendía un olor a mar que me gustaba, me la acerqué más a la cara, para olerla y frotar su tacto con mi cara...

            Me pase minutos frente a ella, que parecían horas o días. Disfrutaba de su presencia. Era como si estuviera haciendo amistad con un extraño ser. Esta concha recobraba vida por momentos y se movía entre mis manos, cosa que me hacía cosquillas. Ella ya no era un objeto inanimado, sino que tenía mucha vida y parecía caramelosa. Quería adoptarla y llevármela a casa, para cuidarla y ponerla en uno de los mejores lugares de casa. De pronto un rayo de sol la atravesó por uno de sus huequitos y vi algo brillar dentro de ella. Efectivamente, esta concha tenía una perla preciosa. No alcancé a ver el tamaño que tenía, pero debía ser enorme. Una clara sonrisa se dibujo en mi cara y la concha seguía deslizándose entre mis manos. Parecíamos un equipo. Me extrañaba como una cosita tan diminuta se movía con tanta soltura entre mis manos, parecía que confiara en mí. Ella no sabía que las conchas como ella son objetos muy preciados para arrancarles su perlita...

            Entonces deslicé mi dedito por su hendidura tímidamente y ella seguía juguetona. Fue cuando en un movimiento rápido junto con la otra mano, intenté abrirla. La concha se cerró en banda, con toda su fuerza y eso me fastidió. Yo quería ver su perla. En eso momento me di cuenta de un pequeño detalle... vi arañazos e incluso raspaduras. Había sido forzada anteriormente y me produjo una gran pena. Es como si yo me hubiera portado como un animal curioso, que la engaña, le saca lo de dentro y luego tira la concha ya muerta al mar. Me sentí mal, la había maltratado y unas lágrimas resbalaron por la cara, pues ella había sido cariñosa conmigo desde el principio. ¿Qué derecho tenía yo a invadir su intimidad y prometerle un lugar en mi casa, cuando lo único que quería era su perla?

            El daño ya estaba hecho, pero como otro rayo de luz, me di cuenta que tenía que reaccionar y actuar, no quería abandonar aquella preciosa concha como las otras que había visto. Esta me había inspirado un sentimiento que antes nunca había tenido, podía optar por dejarla donde estaba o llevármela a casa. Si me la llevaba a casa, la sacaría de su entorno y moriría... si me iba sin ella, la perdería para siempre. Entonces se me ocurrió una gran idea, me compraría una casa al lado de la playa y así podría ir a visitarla todos los días. La acaricie nuevamente y una de mis lágrimas cayó sobre su concha... Milagrosamente volvió a entreabrirse y a moverse, soltó un extraño jugo carameloso y brillo nuevamente. Me sentí perdonado y me marché con la promesa de volverla a ver todos los días.

            Con el paso de los años, me compré esa casita y la vi todos los días. Ella ya me reconocía antes de tocarla y se entreabría. Hasta que un día se abrió del todo y vi su hermosa perla. La toqué y ella no me cerró su concha, no parecía que tuviera miedo a que le arrancara su mayor tesoro... Y así fue, la perla continúo en su sitio. Formamos un perfecto equipo, ella y yo. Nunca más tuvo que cerrarse en banda y sufrir desgarros. Aunque parezca extraño, llegué a entender que quería ella de mí y que quería yo de ella. Esta simple concha llegó hasta lo hondo de mi corazón y ella me correspondió con su confianza, me dió lo más valioso que tenía su perla y no murió en el intento como sus otras compañeras, porque sabía que sólo había un intento en su vida.

            (Este cuento fue inspirado en una persona. Él me llamaba Caramelo y habíamos discutido a raíz de que la relación se estaba volviendo muy débil, ya que se iba a un hospital muy reconocido por la operación de su padre de urgencia del corazón. Todo giraba entorno a que él decía que quería intentarlo, aunque luego fallara... y yo le dije que no se podía ir con esa mentalidad perdedora. Las imágenes son símbolos de la belleza de una perla en su concha y la protagonista de este cuento en la playa)

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